IMAGEN DOS : CONTARDO FERRINI, BEATO. JURISTA. AÑO 1902. FIESTA 17 DE OCTUBRE.
IMAGEN DOS : PROF. DR.MERVY ENRIQUE.GONZÁLEZ FUENMAYOR...
"MUCHO PERDEMOS POR NO DECIR LA VERDAD". MEGF. VIERNES 30 DE NOVIEMBRE DE 2012.
LA NOTA CORTA.-“CONTARDO FERRINI. BEATO. JURISTA”. AÑO 1902.FIESTA 17 DE OCTUBRE.
POR
PROF. DR.MERVY ENRIQUE.GONZÁLEZ FUENMAYOR.mervyster@gmail.com.
MARACAIBO-ESTADO
ZULIA- REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
-AMÉRICA DEL SUR.
REDACTADA Y PUBLICADA EN LA RED: VIERNES 30 DE NOVIEMBRE DE 2012.
CONTARDO FERRINI. JURISTA. BEATO. AÑO 1902.FIESTA 17 DE OCTUBRE.
Laico, de la Tercera Orden Franciscana, estudioso y
catedrático de derecho romano en las universidades de Pavía, Mesina y Módena.
Nació en Milán el 4 de abril de 1859 y murió en Suna de Verbania (Lago
Maggiore) el 17 de octubre de 1902. Lo beatificó Pío XII en 1947, y está
sepultado en la capilla de la Universidad Católica de Milán, como modelo de
catedrático católico.
Nos lo ha descrito el papa Pío XI: «Era de estatura
media, llena de solidez, de armonía, de elegancia de líneas; el paso rápido,
pero firme; paso de un caminante que tiene costumbre y sabe adónde va; la
pluma, siempre presta y llena de sabiduría; la palabra, cuidada y persuasiva;
en su rostro, un aire de simpatía siempre igual, y que jamás le abandonó hasta
la misma víspera de su muerte; pero ante todo, sobre ese rostro brillaba un
resplandor de pureza y de amable juventud. Su mirada tenía toda la dulzura de
la bondad, excelente corazón; sus ojos, su amplia frente, llevaban consigo el
reflejo de una inteligencia verdaderamente soberana». Los retratos que de él
conservamos añaden a esta descripción hecha por el Papa una barba densa, un
bigote bien poblado y un pelo corto y fuerte.
Como Federico Ozanam, iba a morir muy joven. Si Federico
muere a los cuarenta años, Ferrini muere a los cuarenta y tres. Sin embargo, su
corta vida resulta maravillosamente densa.
Para explicarnos todo su valor es necesario hacernos
cargo primero del ambiente de tensión religiosa y de fermentación intelectual
que atravesaba Italia en la segunda mitad del siglo XIX. Planteada la unidad
italiana, puesto en difícil conflicto el católico, que de una parte debía
desear la unificación de su patria, y de otra, el triunfo de la Santa Sede;
abiertas las inteligencias y los corazones a las corrientes ideológicas más
avanzadas, una vida católica normal, no digamos revestida de heroica santidad
como la de Contardo, resultaba extraordinariamente difícil. Y mucho más cuando
tenía que desarrollarse en el cargadísimo ambiente de las universidades.
Y, sin embargo, Contardo, de naturaleza tímida, de
carácter retraído, va a pasar largos años de profesorado universitario viviendo
con tal intensidad su catolicismo que llegamos a verle en los altares. Es
verdad que había nacido en una familia cristianísima el 4 de abril de 1859, un
año exactamente después del casamiento de sus padres Rinaldo Ferrini y Luigia
Buccellati. Pero la educación allí recibida pudo muy bien malograrse. Al menos
ocasiones no faltaron. Contardo resultó desde el primer momento un superdotado,
alumno de memoria prodigiosa, hábil versificador, inteligencia agudísima para
captar las cosas más abstractas. Cuando aún estaba haciendo la enseñanza media
se presentó un buen día a monseñor Ceriani, prefecto de la célebre biblioteca
Ambrosiana, para pedirle lecciones de hebreo. Aprendido el hebreo, comenzó con
el siríaco. Y después continuó con el sánscrito y el copto. Esta preparación
llevaba cuando a los diecisiete años acudía a la Universidad de Pavía, en 1876,
para emprender la carrera de Derecho.
Le esperaban duras pruebas. El ambiente del colegio
Borromeo, en el que se iba a hospedar, era un ambiente difícil. Sus compañeros
vivían continuamente entre conversaciones impuras, a las que él tenía horror.
Contardo prefería quedarse solo, en su celda helada, antes que bajar a las
salas de estudio a compartir la conversación con sus compañeros. El invierno es
frío y húmedo en Pavía, y parece que lo fue de una manera especial en aquella
ocasión. Pero la delicadísima virtud de Contardo, que en muchas ocasiones llegó
hasta el escrúpulo, prefería pasar por todo antes que poner en peligro su
pureza o su fe. En el verano de 1881, previo el consejo de su director
espiritual, hizo voto de castidad. Muchísimas veces durante su vida se le
ofrecerían partidos brillantes y espléndidas ocasiones de casarse. Pero él
murió soltero y fiel al voto hecho entonces.
Su carrera científica fue impresionante. Desde el primer
momento prefirió no los estudios fáciles y brillantes, sino los difíciles y
pesados. Por influencia de su tío, el abate Buccellati, que enseñaba Derecho
penal, tuvo esta ciencia sus preferencias. Su tesis doctoral, defendida
brillantemente en junio de 1870, versó sobre la importancia de Homero y Hesiodo
en la historia del derecho penal. Le concedieron una beca, con la que pudo
proseguir sus estudios en Berlín. El papa Pío XII destacó, en el discurso
pronunciado con motivo de su beatificación, lo que para Contardo supuso el
contacto con los grandes pandectistas alemanes. La ciencia germana del Derecho
romano alcanzaba entonces su más alta cúspide: Mommsen, Voigt, Pernice... se
dieron cuenta de la extraordinaria capacidad de aquel joven italiano y le
ayudaron. Es curioso que fuese un luterano, von Lingenthal, el que más
íntimamente influyera sobre él en el aspecto científico.
Al morir este sabio, Contardo publicó una breve
biografía, en la que se deshace en elogios de la ciencia y religiosidad de su
antiguo maestro. Alaba en él un sentimiento vivísimo de la naturaleza y un
sentimiento religioso muy acendrado.
Sin embargo, el juicio de Contardo sobre el
protestantismo es severísimo: «Ciertamente hay virtud entre los protestantes,
hay sinceros admiradores del Hombre-Dios, hay flores que se embellecen con el
rocío celestial y que Dios no rechazará; pero cuanto de bueno hay queda
imperfecto, privado de aquella eficacia que tendría del Dios vivo a la sombra
de los altares católicos. El protestantismo nos da personas honradas, que en
nuestra religión inmaculada serían santos».
Disfrutó, en cambio, inmensamente en su contacto con los
católicos alemanes. Era un catolicismo serio, lleno de coraje y de entusiasmo,
depurado por las pruebas del Kulturkampf. Características todas ellas que iban
muy bien con su manera de ser.
En 1881 emprende una edición crítica de la paráfrasis
griega de las Instituciones de Justiniano atribuida a Teófilo, para la que hubo
de buscar manuscritos en Copenhague, París, Roma, Florencia y Turín. Y en
octubre de 1883, a los veinticuatro años, se encarga en la Universidad de Pavía
de la cátedra de exégesis de las fuentes del derecho y de un curso de historia
del Derecho penal romano. Iniciaba así sus tareas docentes. Poco después
concursa a una cátedra de Bolonia, que no se le dio por motivos políticos. En
1887 pasa a enseñar a Mesina, y en 1890 a Módena. Por fin, en 1894, volvía a su
amada Facultad de Pavía, en la que había de perseverar hasta la muerte.
Hizo de su consagración al estudio y a la enseñanza un
verdadero sacerdocio. Al principio sus clases eran pesadas, llenas de
referencias y citas. Con el tiempo fueron aclarándose y simplificándose, hasta
llegar a ser verdaderamente modelos de pedagogía. Los alumnos sabían que podían
contar con él a todas las horas, seguros de encontrar siempre un consejero leal
y un profesor amigo de ayudarles. Independientemente del cumplimiento escrupuloso
de sus deberes de catedrático, llevó toda su vida en lo más íntimo de su
corazón un apasionado amor a la investigación científica. En veinte años
publicó cerca de doscientos trabajos. Pero no se trataba de fáciles
improvisaciones, ni de escritos ligeros de vulgarización. Una vez más
escuchamos a Pio XI describir su obra de investigador: «¡El trabajo! Un trabajo
científico en sumo grado; un trabajo de investigación, de reflexión, de
enseñanza. Un trabajo que Ferrini realizaba con celo apasionado, pero que puede
muy bien clasificarse entre los más áridos, por desarrollarse casi por entero
sobre textos antiguos, sobre escrituras difíciles de descifrar y más difíciles
aún de comprender. Nos mismo le hemos visto más de una vez puesto el trabajo,
con su inteligencia soberana. Leía a primera vista los textos embrollados,
ocultos bajo las escrituras indescifrables de los siglos antiguos: en latín, en
griego, en siríaco, porque él pasaba con la mayor facilidad de una lengua a
otra. Leía los textos, y al primer golpe de vista captaba su sentido y, a vuela
pluma, daba la traducción latina o italiana. Labor fatigosísima, esencialmente
difícil y ardua, y que sólo puede apreciar el que tiene la experiencia de ella;
una labor que asemeja a un verdadero y largo cilicio llevado durante toda la
vida».
Aún hoy tropezamos con su nombre, después de tantos
descubrimientos y de tantos avances en el derecho romano, en las monografías y
estudios que actualmente se publican. Algunas de sus obras pueden considerarse
verdaderamente definitivas. Son el fruto de larguísimas horas de trabajo, de
una vida de recogimiento y de laboriosidad.
Ocasiones hubo, sin embargo, en que debió salir de su
aislamiento. Así, por ejemplo, en 1895, fue elegido concejal del Ayuntamiento
de Milán. Y en verdad que sus contemporáneos hubieron de reconocer que su
actuación resultaba ejemplar. Supo luchar como bueno en los difíciles problemas
planteados en aquel tiempo contra el divorcio, por la salvación de la infancia
abandonada. Pero en este mismo terreno de la política se mostró fiel hijo de la
Iglesia. Eran tiempos verdaderamente difíciles, en que católicos de buenísima
voluntad resbalaron a veces. Contardo se mantuvo siempre fiel a las directivas
pontificias.
Es lástima que no podamos recoger rasgos encantadores de
su vida que se han conservado. Su modestia excesiva, sin consentir nunca que
alabaran en su presencia algunas de sus obras científicas; su vivo sentido de
la liturgia y su amor apasionado por la santa misa; su encantadora sumisión a sus
padres, a los que obedecía como un niño, siendo ya catedrático respetable; su
figura de excepcional alpinista; su devoción a San Francisco de Asís, de quien
era terciario; su espíritu de pobreza, verdaderamente extraordinario; su
irradiación apostólica, dentro de la que muy bien puede englobarse otra figura,
posterior, pero también muy importante del catolicismo italiano y que pronto
esperamos ver en los altares: Vico Necchi.
Resulta encantador verle regresar por la noche a casa de
su hermana, a tres kilómetros de Pavía, cenar allí con el matrimonio, jugar,
por complacerles, una partida de cartas, rezar el rosario en familia, y
acostarse para emprender al día siguiente, a las cinco y media de la madrugada,
su nueva jornada universitaria.
Así hasta el 17 de octubre de 1902. Una fiebre tifoidea
le llevó rápidamente al sepulcro en Suma (Novara). La fama de santidad le rodeó
muy pronto. Su causa fue introducida en 1924, y en 1947 Pío XII realizaba uno
de los deseos más queridos de su antecesor en el solio pontificio: su solemne
beatificación.
Su tumba se encuentra hoy en la Universidad Católica del
Sagrado Corazón, de Milán, que no llegó a conocer, pero que sí podemos decir
que presintió y amó anticipadamente. En aquella recogidísima capilla,
profesores y alumnos aprenden, frecuentándola, a vivir el auténtico ideal del
universitario católico.
(CONTARDO FERRINI. BEATO. AÑO 1902.FIESTA 17 DE OCTUBRE. AUTOR LAMBERTO
ECHEVERRÍA. FUENTE: FRANCISCANOS. ORG. TOMADO DEL SITIO: CATHOLIC.NET)
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Para citar este artículo: si se tratase del caso ejemplificado:
GONZÁLEZ
FUENMAYOR, Mervy Enrique .El Ejercicio del Principio Inquisitivo: ¿Ofrenda a la
Ética o a la Justicia? Maracaibo, Venezuela La Universidad del Zulia.
28-Enero-2009. Disponible en: )
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